Bug-Jargal by Victor Hugo

Bug-Jargal by Victor Hugo

autor:Victor Hugo [Hugo, Victor]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1825-12-31T16:00:00+00:00


XXXII

Para distraerme durante un momento de las perplejidades en que me había sumido esa extraña escena fue necesario el nuevo drama que sucedió en mi presencia a la comedia ridícula que Biassou y el obi habían representado ante su banda embobada.

Biassou había vuelto a sentarse en su trono de caoba; el obi se sentó a su derecha y Rigaud a su izquierda, en los cojines colocados junto al trono del jefe. El obi, con los brazos cruzados sobre el pecho, parecía absorto en una profunda contemplación; Biassou y Rigaud masticaban tabaco; y un edecán fue a preguntar al mariscal de campo si tenía que desfilar el ejército, cuando tres grupos tumultuosos de negros llegaron juntos a la entrada de la cueva lanzando gritos furiosos. Cada uno de esos grupos llevaba un prisionero que quería poner a disposición de Biassou, no tanto para saber si le convenía perdonarlos como para enterarse de cuál era su voluntad acerca de la clase de muerte que debían sufrir los desdichados. Sus gritos siniestros lo anunciaban demasiado:

—¡Mort! ¡Mort!… ¡Muerte! ¡Muerte!

—Death! Death! —gritaban algunos negros ingleses, sin duda de la horda de Boukmann, que habían acudido ya a unirse con los negros españoles y franceses de Biassou.

El mariscal de campo les impuso silencio con un movimiento de la mano y ordenó que avanzaran los tres prisioneros hasta la entrada de la cueva. Reconocí a dos de ellos con sorpresa: uno era el ciudadano general C…, el filántropo que mantenía correspondencia con todos los negrófilos del mundo y que había dado un consejo tan cruel para los esclavos en la reunión realizada en la casa del gobernador. El otro era el plantador equívoco que sentía tanta repugnancia por los mulatos, entre los cuales lo incluían los blancos. El tercero parecía pertenecer a la clase de los pequeños blancos; llevaba un mandil de cuero y las mangas recogidas hasta más arriba del codo. A los tres los habían sorprendido separadamente cuando trataban de ocultarse en las montañas.

El pequeño blanco fue el primero a quien interrogaron.

—¿Quién eres? —le preguntó Biassou.

—Soy Jacques Belin, carpintero del Hospital de los Padres en el Cabo.

La sorpresa, mezclada con vergüenza, se reflejó en los ojos del generalísimo de los territorios conquistados.

—¡Jacques Belin! —exclamó, y se mordió los labios.

—Sí —confirmó el carpintero—. ¿Acaso no me reconoces?

—Comienza tú por reconocerme y saludarme.

—¡Yo no saludo a mis esclavos!

—¡Tu esclavo, miserable! —volvió a exclamar el generalísimo.

—Sí —insistió el carpintero—, yo fui tu primer amo. Ahora finges que no me conoces, pero acuérdate, Jean Biassou, de que te vendí por trece pesos fuertes a un comerciante de Santo Domingo.

Un violento despecho contrajo las facciones de Biassou.

—¡Cómo! —continuó el carpintero—. ¡Pareces avergonzarte de haberme servido! ¿Es que Jean Biassou no debe honrarse por haber pertenecido a Jacques Belin? Tu propia madre, ¡la vieja loca!, barrió muchas veces mi carpintería, pero la vendí al señor mayordomo del Hospital de los Padres; está tan decrépita que no quiso darme por ella más que treinta y dos libras y seis sueldos como pico.



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